miércoles, 21 de noviembre de 2012

Infancia, derechos y participación


Este último trimestre del año es quizás la época donde se ve con mayor claridad cómo la infancia, nuestros niños y niñas, ejerce gran influencia en nuestra sociedad. Es una época, salvando claro está los niveles de consumo condicionados por la crisis, en la que el centro es quien representa el futuro y sin duda buena parte del presente.

El 20 de noviembre se conmemora la firma de la Convención de los Derechos del Niño, un documento que ha situado a la infancia en primera línea de prioridad de acción, y que sobre todo ha procurado equiparar las infancias,  aquellas diferentes realidades que oscilan entre quienes han logrado un nivel de protección y consideración social apropiado frente a quienes siguen en el ostracismo y alejados de derechos.

Más de dos décadas después, creo que es un documento fundamental para todos los que debemos trabajar con la infancia desde ámbitos educativos formales o no formales, desde el voluntariado o con una dedicación profesional. No hay sociedad que no tenga infancia, pero tampoco puede entenderse la infancia sin una sociedad que la ampare, que la sustente y que  garantice su futuro.

De ahí que al igual que reivindique con claridad la vigencia de la norma, entiendo que si una sociedad como la nuestra, en un entorno desarrollado pese a estos tiempos convulsos, se conforma y no avanza, no entenderemos estos cambios que se producen mucho más rápido que cualquier norma y que muchas mentalidades.

Hay que procurar, por ello, no solo el cumplimiento en nuestra ciudad, en nuestra región o en nuestro país de esta convención, sino favorecer otro tipo de estrategias que desemboquen en una modernización y adaptación de todos estos derechos en una sociedad como la nuestra. La Convención de los Derechos de la Infancia es un acuerdo de mínimos para un momento concreto y en un modelo específico. Actualizar y pensar que nuestra infancia –y colateralmente nuestra juventud- no pueden crecer para que se enriquezca lo más posible, es ser demasiado complaciente y demasiado conformistas, actitudes por cierto para nada acordes con el carácter de la infancia o la juventud.

De ahí que en unos momentos de nuevas necesidades y demandas democráticas, de cambios complejos, de nuevos recursos, de mucha educación informal cimentada en las tecnologías de la información y de la comunicación, de un descenso del asociacionismo infantil y juvenil o de una siempre permanente necesidad de compartir, el concepto de la participación aplicado a nuestros niños y niñas es fundamental.

No servirán de nada los esfuerzos en las casas o en los centros educativos, si no seguimos apostando por el ámbito educativo no formal y sobre todo si no actualizamos nuestras acciones que desarrollamos con niños y con jóvenes. Porque en cuestión de edad muchos de los niños de hoy son los jóvenes de ayer, y quizás la legislación, los programas, las instituciones y las organizaciones no terminan de verlo claro.

Procuremos, sin miedo, ir por delante de una Convención de Derechos necesaria. Actualicemos nuestro concepto de infancia, y colateralmente el de nuestra juventud, aboguemos por una nueva forma de de relacionarnos con ellos y entendamos que no entenderemos nada si no entendemos qué entienden infancia y juventud de esta sociedad de la que deben ser siempre presente, con todos los derechos, y no ser vistos como ese potencial futuro.