Infancia, derechos y participación
Este último trimestre del año es
quizás la época donde se ve con mayor claridad cómo la infancia, nuestros niños
y niñas, ejerce gran influencia en nuestra sociedad. Es una época, salvando
claro está los niveles de consumo condicionados por la crisis, en la que el
centro es quien representa el futuro y sin duda buena parte del presente.
El 20 de noviembre se conmemora
la firma de la Convención de los Derechos del Niño, un documento que ha situado
a la infancia en primera línea de prioridad de acción, y que sobre todo ha
procurado equiparar las infancias,
aquellas diferentes realidades que oscilan entre quienes han logrado un
nivel de protección y consideración social apropiado frente a quienes siguen en
el ostracismo y alejados de derechos.
Más de dos décadas después, creo
que es un documento fundamental para todos los que debemos trabajar con la
infancia desde ámbitos educativos formales o no formales, desde el voluntariado
o con una dedicación profesional. No hay sociedad que no tenga infancia, pero
tampoco puede entenderse la infancia sin una sociedad que la ampare, que la
sustente y que garantice su futuro.
De ahí que al igual que
reivindique con claridad la vigencia de la norma, entiendo que si una sociedad
como la nuestra, en un entorno desarrollado pese a estos tiempos convulsos, se
conforma y no avanza, no entenderemos estos cambios que se producen mucho más
rápido que cualquier norma y que muchas mentalidades.
Hay que procurar, por ello, no
solo el cumplimiento en nuestra ciudad, en nuestra región o en nuestro país de
esta convención, sino favorecer otro tipo de estrategias que desemboquen en una
modernización y adaptación de todos estos derechos en una sociedad como la
nuestra. La Convención de los Derechos de la Infancia es un acuerdo de mínimos
para un momento concreto y en un modelo específico. Actualizar y pensar que
nuestra infancia –y colateralmente nuestra juventud- no pueden crecer para que
se enriquezca lo más posible, es ser demasiado complaciente y demasiado
conformistas, actitudes por cierto para nada acordes con el carácter de la
infancia o la juventud.
De ahí que en unos momentos de
nuevas necesidades y demandas democráticas, de cambios complejos, de nuevos
recursos, de mucha educación informal cimentada en las tecnologías de la
información y de la comunicación, de un descenso del asociacionismo infantil y
juvenil o de una siempre permanente necesidad de compartir, el concepto de la
participación aplicado a nuestros niños y niñas es fundamental.
No servirán de nada los esfuerzos
en las casas o en los centros educativos, si no seguimos apostando por el
ámbito educativo no formal y sobre todo si no actualizamos nuestras acciones
que desarrollamos con niños y con jóvenes. Porque en cuestión de edad muchos de
los niños de hoy son los jóvenes de ayer, y quizás la legislación, los
programas, las instituciones y las organizaciones no terminan de verlo claro.
Procuremos, sin miedo, ir por
delante de una Convención de Derechos necesaria. Actualicemos nuestro concepto
de infancia, y colateralmente el de nuestra juventud, aboguemos por una nueva
forma de de relacionarnos con ellos y entendamos que no entenderemos nada si no
entendemos qué entienden infancia y juventud de esta sociedad de la que deben
ser siempre presente, con todos los derechos, y no ser vistos como ese
potencial futuro.