martes, 10 de enero de 2017

Emergencia sanitaria

Nos queda muy poco crédito, tanto en sentido figurado como real, para que los posos de la calidad de nuestro sistema sanitario se agote. Y que termine, como terminaba Cervantes su soneto, con aquello del fuose y no hubo nada. No nos sirven ya recetas cuando la botica no puede prescribir nada, pues bien poco hay. Y no podemos recurrir, ni siquiera, a buscar comparativas con otros países, ni a gestionar o a ajustar, ay ese eufemismo, porque eso detrae la calidad de nuestro sistema.

Dificultar el acceso al sistema sanitario, que se incrementen progresivamente listas de espera, que empiece a dejar de haber dinero para infraestructuras sanitarias, que el copago sea repago...no son maneras. Como tampoco lo es no vigilar correctamente nuestros centros de salud ni nuestros hospitales, ni cerrar urgencias, ni puntos de atención continuada.

Pero esto no es una reflexión de crítica, sino de emergencia, porque la sanidad que todo debería ser pero que todo lo puede, económicamente hablando, necesita de soluciones excepcionales.

El próximo 17 de enero se celebra, y años hemos tardado, una Conferencia de Presidentes que si bien será descafeinada y a priori estará condicionada por la ausencia de Cataluña, por esas palabras gruesas, del latinismo referéndum, debería ser mucho más.

Sobre todo debería contemplar todas las acepciones posibles de pactos y de acuerdo en cuanto a la política sanitaria se refiere porque si bien existe un ministerio de sanidad, no es menos cierto que las competencias terminan recayendo en los diferentes territorios.

Y en la excepcionalidad debemos encontrar puntos de entendimiento. Muchos se acordarán de Cabra Alta y Cabra Baja como símbolos del fin de la vieja Extremadura y como inicio, simbólico, de una nueva Extremadura dueña de sus decisiones y alejada de sus señoritos.

Pues en este punto hay que dar un golpe encima de la mesa. Vía entendimiento, claro está. Pero hay que pivotar nuestro sistema sanitario en la necesaria colaboración público privada que debe darse, hoy día, en muchos terrenos de la gestión pública. No me refiero a privatizar, me refiero a hacer sostenible el sistema, a que continúe siendo como ha sido hasta hace bien poco. Y para ello hace falta dinero.

Acudamos donde está el dinero, a las grandes empresas y grandes fortunas de este país y pidamos que devuelvan al sistema público parte de lo que han ido ganando en estos años, sin pedir otra cosa a cambio que el sistema siga funcionando, pues corremos el riesgo de terminar colapsándolo.

Pongamos a trabajar a inspectores de hacienda y altos funcionarios del estado para elucubrar nuevas formas de devolución económica, al modo del sistema de construcción de infraestructuras alemán, por ejemplo.

Inventemos nuevas exenciones, patrocinios, cátedras... pero sin caer en perder la autonomía y la calidad de nuestro sistema sanitario.

Podrá sonar utópico, pero el otro camino es el peligroso. Que pongamos en manos de la rentabilidad económica la sostenibilidad sanitaria solo se traduce en aumentos de impuestos y en pagos irracionales. Y con eso llevamos ya una pila de años como para no seguir un minuto más por ese camino.

Frente a la excepcionalidad, soluciones excepcionales