domingo, 18 de octubre de 2009

En iglesia extremeña cerrada no entra cultura

Sorprende ver el acuerdo al que han llegado los máximos representantes de la iglesia católica en nuestra región. Han decidido que en las iglesias extremeñas, donde se sigue practicando el culto, se entiende, únicamente habrá celebraciones religiosas. Nada de música profana que altere la profesión de fe individual de cada uno. Nada de actividades culturales que conlleven el escándalo de las tallas antiguas que por allí campan. Sorprende, insisto, porque creo que está fuera de lugar. Sorprende porque viene de quienes vienen, de la cima de la jerarquía eclesiástica de la región. No me hubiera sorprendido si hubiera sido un párroco y que incluso hubiera aducido argumentos y que estos pudieran ser entendidos, comprendidos y respetados. Cada lugar tiene sus particularidades y no creo que quepa generalizar si digo que hay que abrir o cerrar todas las iglesias y lugares destinados al culto a actividades musicales o culturales. Por eso rechina una decisión que tiene un puntito de arrogancia.

El propietario decide sus normas. Bien. Hasta ahí de acuerdo. La iglesia, en términos de propiedad, es dueña de sus templos y de sus iglesias. Seguimos de acuerdo. Sin embargo, ni mucho menos es la iglesia la que asume la rehabilitación de espacios arquitectónicos o de esculturas y tallas valiosas. Suele ser la Junta de Extremadura la que aporta los fondos y la propia iglesia la que en muchas ocasiones marca las prioridades. Prioridades por cierto que a veces no se ciñen a lo puramente patrimonial sino que giran en torno al culto.

Es, pues, desde mi opinión, un contrasentido que la jerarquía de la iglesia adopte una norma que puede entenderse como lo que creo que es: cerrar las puertas al aprovechamiento cultural, en toda su expresión, de un patrimonio que, propiedad de la iglesia, ha sido rehabilitado y seguirá rehabilitándose, con el dinero de todos los extremeños. No tanto por un interés en que aumenten los feligreses, sino en la voluntad de preservar cubiertas, tallas, contrafuertes y eliminar humedades, grietas y carcomas.

Siguiendo con la reflexión, creo que el equívoco representa entrar en un conflicto innecesario. ¿Acaso la Orquesta de Extremadura, de reconocido prestigio internacional, va a tener que dejar de tocar en determinadas poblaciones porque no puede ser la iglesia el escenario? Por plantear una pregunta, vamos. No son tantos los eventos que a lo largo del año necesitan de espacios religiosos para celebrarse. Eliminar la posibilidad de que se propague la cultura por una norma que cierra edificios para una confesión religiosa determinada y que siempre tendrá las puertas abiertas para que entre dinero a espuertas para la rehabilitación con fondos públicos de los mismos edificios es una paradoja y una contradicción que no se sostiene.

Mucho me temo que habrá párrocos que se hayan enterado por la prensa, como suele decirse. Mucho me temo que no todo el mundo estará de acuerdo en la decisión. Mucho me temo que habrá quien empiece a plantearse sobre la conveniencia de seguir rehabilitando patrimonio cuando a cambio las puertas están cerradas. Mucho me temo que la firma de un papel responde a la evidencia de que no quiere darse la cara públicamente.

Creo que cabe una rectificación. Volver al sentido común que imperaba con anterioridad, representado en la ejemplar figura de Antonio Montero. Dejar en cada párroco la decisión. Seguir promoviendo, desde el respeto, actividades culturales que sean menester, que tampoco son tantas. Nuestra región, pese al gobierno del PSOE en la Junta de Extremadura, siempre se ha caracterizado, por facilitar una convivencia ejemplar y por apostar por una mejora del patrimonio eclesiástico. Muchos han sido los millones de euros invertidos. El reporte, tradicionalmente, era negativo, pero existían colaboraciones y contrapartidas puntuales. Ahora, con decisiones como esta, la situación se pone difícil. En sus manos está rectificar.

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