sábado, 26 de noviembre de 2011

El puente de los asesinos



El último libro de Reverte, intercalado entre la literatura del Renacimiento, no podía faltar. Le hice un hueco, casi que parecía un spin off, entre apuntes del siglo XVI. Entraron todos con sorprendentes alianzas; con la misma retórica; con la misma narración; con Italia, Roma, Milán y Venecia, como escenario...

Quizás la lectura se ha hecho más exigente, pero la sensación tras la aventura de Alatristre es que es una más, una de tantas, que aporta a cada uno lo que cada uno quiere que aporte. Agradezco la alusión a Italia, el recuerdo de la Plaza de San Marcos o el paso por aquella que llaman la ciudad eterna.

Sin embargo, supongo que a los fieles lectores de las ya siete aventuras nos pasa lo mismo. El capitán, el alferez Balboa, Quevedo o incluso Malatesta han entrada en estas historias y solo saldrán cuando las historias terminen, pese a que más allá de la trama central siempre sepamos que hay elementos que no variarán.

Pérez Reverte ha construido un personaje, y ha sabido hacerlo muy bien, porque pone su retorcida mente de articulista al servicio de una España que para él, y en eso no le falta mucha razón, viene a tener muchos parecidos con cualquier otra, porque las actitudes se reproducen y de los eventos se puede sacar paralelismos.

Es cierto, y también es innegable, que resulta provechosa su lectura para entender el Siglo de Oro, que y la presencia de Quevedo o de otros escritores no son sino la respuesta y la evidencia de que sería imposible entender aquello sin la presencia de las referencias intelectuales de la época.

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