Soy Extremeño 2
Soy extremeño (II)
Hace años, escribía en el Diario Hoy un artículo referido a la condición de extremeño de Leonardo Dantés. Era la época del boom de los frikis, en las que cada uno intentaba, con poco, hacerse un hueco en el panorama nacional. No existía todavía aquel inusitado interés por ser famoso a cualquier precio, en esta sociedad en la que termina lucrándose el sobrino de la madre del peluquero de un cantante de éxito. Me enrabietaba, igual que me sucede ahora, ver cómo lo extremeño genera determinadas noticias que se asocian con esos estereotipos que tantas personas se han quitado visitando el Expotren que terminó en Cáceres recientemente su andadura.
Ahora, sin embargo, estamos en la época de no tener escrúpulos, de la falta de pudor y de la sinvergonzonería. Desde luego, los trujillanos han dado una lección rebelándose ante lo que creo que es una tomadura de pelo. La misma persona que se rió de los cacereños hace tiempo, colocando una urna en la Torre de Bujaco, lo ha querido hacer de los trujillanos pensando quizás en que se iba a lograr aquello del más difícil todavía.
Ignoro la de líneas que se habrán escrito sobre el fulano y su gran hazaña. A través del servicio de noticias de Google se puede ver que varias comunidades autónomas se han hecho eco. El doble de ellas, seguro, se harán eco del fiasco. Me niego a creer que sea así. Deberíamos, como extremeños, denunciar por daños y perjucios a todos los que, injustamente, siguen difamando nuestra condición de región seria, comprometida y trabajadora. Incluso, la Ley de Extremeñidad debería contener una disposición adicional por la que no pueda usarse el nombre de Extremadura en vano.
Estamos frente a una marca, un sello y un marchamo de calidad, sobre el que nadie debe hacer apología de nada más que de progreso y de avance. Vale que determinados politicastros tengan eso como única estrategia porque no den más de sí. Pero el resto de agentes sociales, de responsables públicos, de colectivos tenemos que demostrar coherencia, toda la coherencia posible.
Si los medios de comunicación alentaran un pacto por la imagen positiva de Extremadura, por favorecer una visión acorde con lo que realmente somos y tenemos, todo sería mucho más sencillo. Tienen que asegurar la credibilidad, dentro de su deber de informar y de trasladar opiniones.
Hace pocos días coincidía con unos amigos en señalar que difícilmente nos moveríamos de Extremadura. Era una conversación desde el afecto a nuestra tierra y desde la pluralidad de las ideas, pero con el objetivo común de defender y de pensar en clave extremeña. Este tipo de hechos, de salidas de pata de banco, lo que hace es reforzar una identidad cada vez más afianzada.
A partir de ahora, tras hechos como éste, nos queda seguir felicitándonos por iniciativas como la del Expotren, nos queda inventar un azúcar que se llame Extremadura y que nos endulce la boca, y nos queda llegar a todo el mundo para que sepan discernir y diferenciar entre la pata negra extremeña y aquellas cosas rancias, casposas y muy indolentes.
Desde luego, y para empezar, no quiero más urnas de este pelaje en mi Torre de Bujaco, ni ataúdes en mi Plaza de Trujillo.
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