Pan y circo como antesala de presupuestos participativos
Llevo dos días reflexionando sobre algo que los telediarios de este nuestro país llevan contando ese mismo tiempo. Llegan las fiestas patronales, esa reunión masiva de quienes han optado por quedarse en el pueblo frente a quienes emigraron y vuelven cada vez menos pero siempre lo hacen en agosto. Muchos ayuntamientos, seguramente muchos más de los que se han hecho eco los informativos, tienen una economía maltrecha. A casi nadie medianamente informado se le escapa que la administración local es, de entre las instituciones públicas, la que tiene un peor estado de cuentas. Por eso, en tiempos de crisis, a los que se añade en algunos caso cambio de color político en los gobiernos, hay números que no cuadran. Y no cuadran, por ejemplo, a la hora de plantear unas fiestas.
¿La solución? Que se pague entre los vecinos. Si no ahondamos más y si la respuesta es afirmativa, podríamos encontrar muchos adjetivos que acrediten la bonhomía y la generosidad de quienes, sabedores de la lamentable hacienda municipal, contribuyen a que la charanga, la orquesta y las roscas de todos los años lleguen puntuales a su destino. Pero si la solución termina convirtiéndose en algo localizado únicamente en las fiestas, en el pan y circo, en el divertimento y nada más, la democracia se pervierte. Una buena acción, llena de corresponsabilidad entre el gobierno de turno, sustentado en el partido que sea, termina siendo una manera mezquina de pervertir la democracia.
Porque si la corporación local de turno no concluye en que si pedimos dinero hoy mañana tenemos que devolver en confianza, y si los vecinos no caen en la cuenta de que es también dinero suyo el presupuesto que administran su alcalde y concejales, mal vamos. Seguiremos, en medio de una vorágine de propuestas que quieren mejorar nuestra democracia, haciendo que nuestras decisiones terminen por ser ilógicas.
Es decir, mal va un pueblo, sea el que sea, donde sus gobernantes piden dinero y sus vecinos lo dan para unas fiestas si mañana no se plantea el mismo quid pro quo en los presupuestos municipales, o si mañana no se abre ese debate, abiertamente, a otros temas de calado para el municipio.
Con esto de las fiestas, por tanto, tenemos la posibilidad de quedarnos en la anécdota, que la orquesta llegue, que los emigrantes se vayan y que el pueblo siga igual. O por el contrario podemos dar una lección de democracia si llegado el mes de octubre a quienes hoy le pedimos cincuenta euros, mañana le pedimos opinión para los presupuestos de 2012. O si pasado mañana abrimos el debate con los vecinos sobre los gastos tremendos que ocasiona, para veinte días al año, una piscina municipal con sus gastos de depuración y de personal, por poner otro tema en la mesa.
Porque fíjate por donde, a través del pan y circo, cosas de nuestra democracia, podemos terminar hablando de presupuestos participativos. ¿Se atreverá alguien?
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