Consorcios, fundaciones y demás organismos culturales en Extremadura
Se presta la polémica de estos últimos días en relación al Festival de Mérida para hacer una reflexión en profundidad sobre cuál va a ser la política cultural del actual gobierno regional en relación con determinados organismos culturales.
Con el paso de los años, las necesidades culturales de nuestra región y la política cultural que tanto el gobierno regional como administraciones locales y la llamada sociedad civil, posibilitaron que diversos organismos fueran puestos en marcha.
Me estoy refiriendo, por ejemplo, a la Fundación Academia Europea de Yuste, a la Fundación Orquesta de Extremadura, al Centro Unesco, al Cexeci, a la Fundación Helga de Alvear o a Consorcios variados como los del Museo Vostell, el Gran Teatro o el López de Ayala.
Se trata de organismos de un gran prestigio y que en sus ámbitos de actuación dentro del terreno de la cultura están posibilitando, con paso firme, que nuestras instituciones tengan una consideración fuera de dudas. Al frente de cada uno de ellos hay personas de mucho prestigio, sean o no sean extremeños, como Antonio Ventura, Miguel Murillo, Jesús Amigo, Helga de Alvear o José Miguel Santiago Castelo, por citar solo a algunos. Eso sin entrar a enumerar las personas de renombre internacional para las que instituciones como el Cexeci, la Orquesta, el Centro Helga de Alvear o la Academia de Yuste les merecen la mayor de las credibilidades.
Son organismos cuya gestión no recae solo en la Junta de Extremadura, sino que en su organización interna un Patronato o un Consorcio conformado por instituciones, la mayor parte de las veces públicas, es el órgano colegiado para adoptar acuerdos y las principales decisiones.
Ahora se abre un nuevo período en Extremadura. También, por tanto, para la cultura. La primera baja, dolorosa y de gran prestigio, como la de Blanca Portillo y Chusa Martín, se acaba de producir. Las nombro en singular, porque su compromiso fue la de conformar un tándem que iba a preocuparse por remontar el vuelo del Festival de Mérida.
Conozco a casi todos los responsables de esas instituciones. A unos mejor que a otros. Y he conocido cómo la administración regional anterior ha mantenido un escrupuloso respeto por su gestión. Habrán surgido discrepancias en momentos puntuales, pero no creo que haya existido, como puede empezar ahora, una sensación de estar permanentemente en guardia porque puedan aparecer presiones del gobierno de turno a la hora de desarrollar unos programas culturales u otros.
Espero, sinceramente, que lo sucedido con el Festival haya sido un traspié, pero solo eso. Y que de los fallos se aprende. Si no, empezaremos a reconocer cómo la cultura, y la libertad para crear, diferencia a unos y a otros. El tiempo dará o quitará razones
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