miércoles, 20 de julio de 2011

Los diarios de Sábato

Uno puede escoger un libro o el libro también puede escoger a quien lo lee. Creo que este segundo caso puede aplicarse al libro que acabo de terminar. Porque de no haber coincidido con Ernesto Sábato en uno de los momentos que cuenta en el libro, no hubiera profundizado ni en su vida ni en su obra. Hubiera sido uno de tantos escritores y pensadores esenciales de Latinoamérica, como Borges, se me ocurre, o como Julio Cortázar, por citar algunos, de los que se poco más que algunas de sus obras, esperando que en este tiempo alguna asignatura me brinde la oportunidad de leerme Rayuela.

Recuerdo a Ernesto Sábato en el MEIAC, enjuto, frágil, terriblemente frágil, al lado de su inseparable Elvira, igual que Pilar del Río lo era de Saramago. Bajó por el ascensor a ver la exposición que pensando en él, y nada más que en él y en su visita, se dispuso en la planta baja. Tengo el catálogo en casa. Prismas y proas. Vanguardias literarias argentinas. Se detuvo en algunos de los ejemplares que más le asombraron, algo que cuenta en el libro.

Entonces tuve que subir a por Irene Cardona, otra premiada, que tenía que dar de comer a su hija recién nacida. Seguramente me cruzaría con los conductores, con Domingo entre otros. De él también habla en el libro. Y del viaje a Badajoz.

No recuerdo su intervención con motivo de la entrega de los Premios Extremadura a la Creación. Sé que la publicó El País. Recuerdo los aplausos y el sentimiento emocionado de quien devuelve parabienes desde un escenario, pese a que no pueda levantarse de su silla.

Vuelvo al libro. Breves reflexiones donde las sensaciones de la crisis argentina de entonces recobra vigencia con la crisis actual; donde el apoyo a los jóvenes y a sus ilusiones recuerda al 15M; donde el aparente derrotismo de un anciano que destila fuerza y vitalidad recuerda al de tantos mayores deseosos de exprimir minuto a minuto su energía.

Sigo, y mezclo el leitmotiv de lo escrito. España. Barcelona, Madrid, Badajoz o Las Canarias. Un crisol de lugares para un escritor que entonces pensaba que escribía un epitafio pero que nos dio el placer a todos, sobre todo a sus argentinos, de vivir casi una década más. Murió con 90 años, este mismo 2011.

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