martes, 3 de enero de 2006

VDA

Nunca había escuchado, ni leído antes, he de confesarlo, el nombre de Juan José Campanella (creo que se llama así). Sí que tenía referencias, y muchas, de la gran maestría del cine argentino, y de sus artistas, de lo evocador, de lo persuasivo y de lo embaucador de su lenguaje, pero es cierto que al cine argentino, al creado por Campanella, he llegado tarde. Tan sólo he visto "El hijo de la novia", una estupenda película, y eso fue hace poco, años después de estrenarla.

Por este motivo es sorprendente ver una propuesta nueva en la televisión que tenga un sello argentino, el marchamo de una sociedad que tanto nos debe y a la que tanto debemos, en un mundo globalizado de ida y de vuelta. Ojalá que en los potenciales espectadores nadie alerte del riesgo de fractura televisiva y que podamos, audiencias y publicidad mediante, ver entera la propuesta (que no se descarta, en boca de su realizador, volver a ampliarla)

Por lo pronto el inicio es comprometedor: 1934 y la revuelta asturiana. He de reconocer que no me termina de convencer del todo. Una fecha y un pretexto demasiado utilizado por los Vidales y Moas de turno para eliminar la responsabilidad franquista de la guerra civil y de la terrible dictadura. No son, pues, los gallegos de siempre en la Argentina encasillada: tampoco lo hubieran sido los Alterio, uno con mucha escuela y otro con el añadido de la de Cristina Rota, si hubieran sido más fieles con unos tópicos que aquí, sí, son necesarios. Probablemente el realizador ha buscado una neutralidad y una transparencia, fiel a una potencial audiencia que no hubiera logrado de ambientar esto en la Guerra Civil o en la más cruel de las Dictaduras.

Pero, sin embargo, he de reconocer que la propuesta de Vientos de Agua es sumamente interesante. La vida de ida y vuelta, la de los españoles argentinos y la de los argentinos españoles. Tiempo para la ironía o para vender nuestra tristeza, como aquella pincelada en la que un pobrecito español (¿no podría haber sido de otro país?) ignora el francés confundiéndolo con el alemán.

La música, sin embargo, es el idioma universal, en un barco sin clase, sin lenguas y con todas ellas, donde al final triunfa la esperanza por una vida mejor: por huir de Mussolini, por el temor a ser represaliado como judío o por la añoranza del hermano que debía estar en el lugar de uno.

Pero al final, en esta serie, triunfa la alterglobalización (o la globalización social) con la esperanza, siempre, de que otro mundo es posible. Nuestro mundo debe cambiar, porque si Aznar no consiguió ni siquiera a la vista de Argentina arrebatarnos España a los españoles (Héctor Alterio dixit) no vamos a ser menos los que, pese a las atrocidades sociales, económicas y ambientales, reconozcamos que el mundo es de los mundanos, que somos las personas, y como tales, hemos de disfrutar de él.

Que corran, pues, vientos de agua y que esta serie permita hacernos, sin duda, más ciudadanos del mundo y que convierta "la palabra libre en la ciudad libre" (Manuel Vázquez Montalbán). Por un mundo más feliz

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