Pedagogía del Ocio I: Actividades de Verano
Lo normal en una carrera universitaria es asimilar unos conceptos teóricos que una vez que nos incorporamos a un mercado profesional, laboral o por lo menos enfocado a poner en marcha lo evaluado nos acordamos vagamente de ellos aunque sea, en algunas ocasiones, para llevarle la contraria a las tesis expuestas en las clases.
No es habitual, por tanto, conocer primero la práctica y dar después unos retazos de teoría en su mayor parte insuficiente no por la temática sino por la predisposición académica de quien en su momento impartía esas clases. Ahora, que ha cambiado de profesora universitaria la disciplina, me estoy refiriendo a la pedagogía del ocio, sé positivamente que se le ha dado un giro.
Mucho podría hablarse del ocio en todas sus facetas, pero por las fechas en las que estamos me centraré en las actividades de verano. Dejémoslo en campamentos que hay veces que las denominaciones y los conceptos, cuando está en juego el proceso educativo, no puede perderse tiempo ni esfuerzo. Un campamento siempre será un campamento a no ser que cada vez proliferen más hoteles de verano para niños que satisfacen a los padres en lo inmediato pero que no ejercen tanta ascendencia moral como los campamentos de siempre.
A éstos como paradigma de la pedagogía del ocio, pues, me refería cuando hablaba de que en esa materia primero fue la práctica y luego la teoría. Y es rigurosamente cierto. Haber crecido en verano en campamentos (más bien en singular, en el Campamento de Descargamaría) y haber pasado otros tantos años durante los meses de primavera, otoño e invierno en actividades de tiempo libre, pueden hacer una idea de que a veces la teoría es claramente insuficiente.
Lo que es innegable es que una actividad de verano bien encarrilada, realizada desde la educación en valores primero y no enfocada al lucro en la prioridad número uno, es uno de los mejores regalos que los padres y las madres pueden hacer a sus hijos. En esta etapa algo absurda de relaciones superficiales, de móviles antes de tener la dentadura formada, de pleisesteisions y no de juego en la calle, es esencial un campamento de verano.
Una actividad que asuma riesgos, que lleve al chaval a la naturaleza, donde lo de menos sean las comodidades físicas y lo demás la libertad, el respeto y la convivencia. Unos días de aprendizaje entre iguales y de educación no formal que tanta falta hace.
Es más, en un ambiente de permanente contaminación de mensajes, de crispaciones y de competencias sociales, habría que instaurar los campamentos de adultos, para que aflore en ellos la solidaridad y lo infantil e ingenuo, que tanta falta hace hoy día.
La mejor inversión, por lo tanto, en estos meses donde uno coge catálogos de hoteles, playas y costas varias, es que al menos la infancia y la juventud se forme en esas escuelas de vida, de las que al final quedarán los mejores recuerdos, los mejores veranos y qué duda cabe que la mejor de las amistades.
Así me lo aprendí yo, parafraseando a uno de los personajes de Noche Hache, y así creo que debería ser.
2 comentarios:
Dos detalles:
1) El vara de Juanlu no descansa ni en Decathlon. Me viene a la memoria el óscar otorgado a Jacob y Gema por "Siameses".
2) Ojo a Alfonso Ordiales.
ah! lo de la pedagonoséqué me parece muy bien
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