El viento de la luna
Cambién de registros y me he pillado el primero de los libros que me leo de Antonio Muñoz Molina, uno de esos escritores que empezó a despuntar como el más joven del momento y del que personalmente recuerdo un reportaje demoledor en El País sobre el botellón de Cáceres.
Hecha la introducción necesaria, retomo el libro. 300 página que en momentos se hacen entrañables y que recuerdan a aquellos correos electrónicos que llegan de vez en cuando y que nos quieren situar en otras épocas de nuestra infancia o adolescencia. En este libro muchos adultos de de hoy día, rozando o pasando la cincuentena, se sentirian identificados pues narra las vicisitudes, muchas o pocas, dentro de lo mucho que pasaba en lo cotidiano para lo poco que se tenía, de un joven adolescente con bozo, entusiasmado con la carrera espacial. Es esta la que debió seducir al autor como leitmotiv pero la que quizás en ocasiones empaña una puesta en escena de un libro que quizás esté escrito de manera irregular, con ciertos altibajos y alguna dificultad, de vez en cuando, para seguirlo, aunque muy poco perceptible.
Hay algunos elementos que me gustaría destacar. La importancia de la radio en aquella época (sin entrar en Radio Pirenaica) El conflicto o el choque permanente entre las dos sociedades, las dos españas, con la dictadura dando coletazos y con repuntes machistas de rigor, ejemplificado sobre todo en Baltasar y en la familia del joven protagonista, e incluso dentro del cacique, Baltasar, reitero, de turno. Es una época, la de finales de los sesenta donde los cambios sociales se sustentan en ocasiones en destrezas que emanan de los nuevos aparatos y cachivaches que llenaban las casas, y en la sobreinformación -censura mediante- que muy poco a poco empezaba a desgranarse. En esto, y Muñoz Molina lo ataja bien, se ven de manera fiel cómo los jóvenes y los niños tienen en ocasiones mayores facilidades para aprender determinadas destrezas que los adultos.
Si utilizáramos un lenguaje más propio de detergentes o suavizantes, comparando nuestra sociedad con aquella diríamos que hemos pasado del mundo áspero al mundo suave y liviano (aquello del buenismo, ¿no?)
Como deformación profesional, hay una brevísima alusión a organizaciones juveniles de entonces -y ya adaptadas, ahora, a los tiempos- como la OJE o movimientos varios de Acción Católica.
Buen libro, en resumen, donde la grandeza principal es que no pasa nada extraordinario pero a la vez pasa mucho, sobre todo más para quien más pueda identificarse
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