martes, 20 de julio de 2010

Iglesia: financiación por objetivos

Siendo Álvarez Cascos ministro acuñó, a cuenta del fútbol, un término que entonces fue más que excluyente. El llamado interés general supuso el inicio de pago por el fútbol, pese a engatusarnos con un partido en abierto. Fue, aunque no viene al caso, el principio del fin de las industrias audivisuales españolas, la mayor parte de ellas en estado de ruina a cuenta de los derechos del fútbol.

Hoy propongo retomar el término pero buscando la rentabilidad social y la contribución a la felicidad y al estado del bienestar.

Hoy propongo retomar la expresión asociándola a la contribución, o no, que la iglesia hace a la sociedad. Hoy propongo establecer las bases de un sistema de financiación que entiendo debe ser igual de justo para todos. Hoy, cuando el conservador David Cameron, a través de un programa The Big Society, hace un guiño al voluntariado, queriendo cambiar puestos de trabajo por trabajo altruista.

No creo que sea justo mantener la financiación de la iglesia católica a fondo perdido, sin premisas sólidas de actuación, mientras que día a día se exigen más y más muestras de haber.

No creo que el interlocutor de la iglesia con el gobierno deba ser la Conferencia Episcopal o los Obispados y Arzobispados de turno. Entiendo que hay infinidad de centros religiosos, asociaciones y parroquias que desarrollan un trabajo social que llega mucho más que el que pueda ejercerse desde el centro de poder de la propia iglesia. Considero, además, que todo el trabajo que se desarrolle debe ser demostrable y enmarcado en unos criterios de incidencia social, en unas variables terrenales que repercutan en el bienestar y en la felicidad de los destintarios.

Por eso no me opongo a la financiación de proyectos religiosos, porque entiendo que haberlos haylos, y no pocos, cuya misión es la de procurar el interés general, pero sí me entiendo que debe primar la redistribución de los recursos hacia aquellos proyectos verdaderamente necesarios y no hacia la financiación de proyectos y de costes que no recaen en la sociedad. Digo más, debería ser la propia iglesia la que demandara este tipo de financiación. Sería un impulso a una credibilidad día a día más difícil de sostenerse.

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