sábado, 20 de noviembre de 2010

Extremadura: una, grande y libre

Ha vivido el Partido Popular momentos convulsos en las últimas semanas. Se apela a la ficción en el caso de Sánchez Dragó; se recurre a la privacidad para hablar de Sostres y se alude al error para retirar de la circulación el juego que elimina inmigrantes ilegales, por no entrar en el deleznable espectáculo de León de la Riva. Ni una sola autocrítica.

Con Miguel Celdrán llegó la ironía. Creo que no vivimos momentos para las bromas. Ni siquiera en épocas más boyantes, políticos de primera fila pueden apelar una ironía que pueda no entenderse. La comunicación oral tiene, a veces, estos desatinos. Porque si una supuesta ironía no se entiende es que no es tal ironía. Celdrán, como alcalde de Badajoz, es político de primera fila. Lo que no equivale, obviamente, a que sea político de primer nivel.

Si en la única comunidad autónoma de dos provincias el alcalde de la capital de una de ellas propone anexionar la otra, dice mucho sobre su sentido de región, sobre su capacidad como gobernante y sobre su afán de notoriedad.

Su sentido de la región es todo para mí y lo que sobre para mí. Ese fue el golpe de timón que imprimió en el Partido Popular cuando impuso, porque lo impuso, a Monago como presidente regional. Una persona de Badajoz porque ya tocaba alguien de Badajoz. No porque fuera el mejor.

Su capacidad como gobernante también queda en entredicho. Una persona en el pleno uso de una mente lúcida, y Celdrán no tiene por qué no tenerla, hace uso de estas expresiones cuando quiere ocultar frustraciones e incapacidades. Justamente la incapacidad que tiene el Partido Popular por gobernar los poblados dependientes de Badajoz. Bastaría pasarse por ellos para saber que primero toca arreglar lo de dentro.

Su afán de notoriedad, finalmente, porque a una persona entrada en años como él, de su experiencia, le da igual arrastrar con sus ideas a otros. Ese afán de notoriedad no es más que un pulso en clave interna que ha querido que se conozca. Clave interna porque parece ser que al que realmente manda en el Partido Popular le ha molestado que el acto de presentación de candidatos locales vaya a ser en Cáceres. Eso le ha llevado a dejar a Elena Nevado, la candidata de Cáceres, arrinconada, noqueada por la fuerza y el descontrol de las afirmaciones de Celdrán. Monago está en el medio, sin saber muy bien qué hacer. Elena Nevado teme no solo que le cueste votos esto, sino que además termine siendo no más que alcaldesa de su despacho de abogada.
Ahora toca, en clave interna, pero también externa, hacer que Celdrán recule y rectifique. Lograr eso de un especialista en el erre que erre se antoja difícil. Sobre todo porque los descolocados ahora son todos esos cacereños de toda la vida a los que durante años no les había dolido en prenda decir que Cáceres estaba minusvalorada en las inversiones. Un golpe en la línea de flotación de su propio electorado.

Los capitanes del barco son dos. Uno, Monago, que ni siquiera tuvo agallas para apoyar en su blog personal ni una sola vez a Cáceres como ciudad europea de la cultura. La otra, Elena Nevado, una recién llegada al Partido Popular, que ve cómo a las primeras de cambio le mueven la silla.

Esto, a un Partido Popular dirigido por cacereño de toda la vida como Saponi no se lo hubiera hecho Celdrán. Aquel que se cree dueño y señor del cortijo popular y que ha mostrado sus cartas, la de construir una Extremadura uniprovincial, grande y donde tenga barra libre para hacer y deshacer.

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