Carnavales en Cáceres y en el resto del mundo
Desde hace muchos años, pese a esfuerzos municipales de diferente calado y tenor y provinientes de diferentes gobiernos locales, el Carnaval de Cáceres está en caída libre. Este año, la vuelta de tuerca preceptiva ha ido encaminada a la potenciación del carnaval medieval. Ayer por la tarde fue el único momento que estuve en Cáceres, y excepto personas contadas con una mano y unas pocas banderolas, no he encontrado otro elemento del carnaval de Cáceres. En Badajoz, sin embargo, anoche la gente andaba por la calle libremente, la música sonaba y las cajas y soniquetes de las murgas, comparsas y chirigotas se dejaban notar.
Llevo escuchando y leyendo en estos días muchas reflexiones sobre lo desastroso de nuestro carnaval, bien como elemento neutro, sin comparación con otros, o bien como exponente de declive si lo comparamos con el auge de lugares como Casar de Cáceres o la apuesta segura de Navalmoral o Badajoz.
En las decisiones de los responsables públicos y en la respuesta ciudadana a estas hay una frase muy clarificadora: la sociedad no se cambia por decreto. Creo que puede resumir en gran medida lo que sucede en Cáceres en los carnavales. Los Carnavales no solo requieren a personas, ni tampoco vale con que los horarios de ocio acompañen, tan demandados en otras épocas del año.
Requieren estados de ánimo y consensos, tácitos y no reglados la mayoría de las ocasiones, para el disfrute colectivo. Disfraces, buen rollo, permisividad en las calles, sentido del humor, establecerse como moda, contar con el acuerdo de líderes sociales y de opinión... y todo, todo, insisto, con un fuerte sentimiento colectivo. Esas condiciones hoy por hoy no se dan en nuestra ciudad.
Algunas no tienen explicación. Por ejemplo, sería absurdo decir que la sociedad cacereña carece de sentido del humor. Sería igualmente ridículo decir que la sociedad cacereña no es capaz de disfrutar colectivamente.
Pero otras sí que tienes sus causas y sus consecuencias. Por ejemplo, es medible que excepto personas muy puntuales y fiestas escolares, no hay una masa que se disfrace. También es medible, y comparable, que los carnavales en Cáceres no son una moda. Pudieron serlo, pero jamás lo serán, al menos en un futuro reciente. Teniendo una moda como la de Badajoz, que no solo es moda, sino tradición y no solo es tradición sino algo aceptado por la ciudad como propio, difícilmente Cáceres podrá hacer algo. También es medible la permisividad social ante las consecuencias perniciosas del carnaval. En el centro de Badajoz, en días de carnaval, vale casi todo: ruidos, suciedad, comer y beber en la calle, porque lo que hay de trasfondo es una tradición, una fiesta. Aquí, antes de que tengamos una tradición, por la sensibilidad que existe, la alarma que produce y el rechazo que genera, se cortaría de raíz ante las críticas.
La movilidad, finalmente, es un elemento decisivo. Cuando quien quiere divertirse puede hacerlo por poco dinero y en poco tiempo, por aquello de las infraestructuras y las comunicaciones, lo hace. Y quien realmente quiere disfrutar del carnaval o quiere verlo como un medio para divertirse se va a Badajoz, o a Navalmoral, o incluso a Cádiz.
Por eso creo que no hay que concentrar ni esfuerzos o recursos públicos en el Carnaval de Cáceres, pero tampoco focalizar las críticas en la apatía del que se queja porque no hay nada.
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