La España profunda y sus miserias
Asistí atónito hace un par de días a un ejercicio de borreguismo. Lo confieso. Vi Sálvame Deluxe durante un rato. Lo hice porque me temía lo peor. Y si aquello no fue lo peor, se le pareció mucho. Acudió la sobrina de Isabel Gemio. Que como todos sabemos tiene méritos más que de sobra y la conocemos tanto que representa al arquetipo de compareciente en ese tipo de programas. Fijo que hasta anteayer su cuenta corriente era proporcional a esos méritos y al conocimiento y admiración que la profesábamos. Mi profesor de filosofía, que era muy malo como profesor, nos dio un consejo: para poder criticar algo hay que verlo. Ahí estaba yo, embobado delante de la tele, temiéndome, como fue el caso, que la comparecencia terminara en una suerte de metonimia periodística. En algunos momentos así fue. Parecía que algunos querían coger su falta de argumentos para aludir a aquello que se conoció, injustamente, como la Extremadura profunda. No seré yo quien defienda a Isabel Gemio, evidentemente, ni tampoco quien la ataque.
Pero sí quien hable de la España profunda. Los conceptos cambian según los momentos, y este tipo de "periodismo", si es que puede llamarse así, es lo más parecido a esa España profunda, a esa sociedad mediocre y avergonzada de sí mismo, sin autoestima y que tira de un argumentario burdo para lanzar mezquinos dardos. En la sociedad de la imagen actual esa es la fosa séptica, que unos y otros alimentamos, escribiendo sobre ellas o viéndolas directamente. Consumimos mierda televisiva de la España profunda de la misma manera que consumimos comida basura. Nos gusta. Nos pone. Pero eso no significa que nos estemos haciendo un favor a nosotros mismos, sino todo lo contrario. Porque me imagino día a día a las perforadoras metiéndose cada vez en lugares más profundos, porque la España profunda no ha tocado suelo. Ni tocará en mucho tiempo, me temo. Y con el tiempo todo ello nos pasará factura.
Afortunadamente, nuestra televisión pública ha eliminado la publicidad, y eso es un logro; nuestra televisión regional no teme a las audiencias, y eso es un hecho. Sin embargo, determinados grupos de comunicación, cuyo capital, por cierto, no es español, se atreven a hacer en España la televisión que jamás harían en sus países de origen. Eso habría que regularlo. Porque puestos a ver el fango y la mierda, siempre Telecinco irá por delante que el resto. A sus propietarios les da igual, e incluso diría que les interesa, sumir a nuestra televisión en esa España profunda de la que hablaba antes. Porque salvando las comparaciones, pero para que nos entendamos, lo que provocan programas como el que aludí al principio son guerras familiares, divisiones profundas y muchas veces estériles polémicas.
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