La historia se repite
Suele suceder en aquellos gobiernos que únicamente se mueven y les mueve la erótica del poder. Después de doce años de poder, menos erótico que más -eso que se lo dejen a otras ciudades- en Cáceres se repiten esos tics de prisas electorales, de complicadas justificaciones en la gestión y sobre todo que denotan que se ha perdido el rumbo de la ciudad.
Porque la historia en estas ocasiones suele repetirse más o menos de la siguiente manera: ante un problema secular, que al gobierno municipal no le interesa solucionar, se adopta la siguiente secuencia.
Primero, la indiferencia, el laissez faire, dejemos hacer que diría el Sarkozy de la derecha cacereña de turno. Que intenten ellos mismos, sin nuestra ayuda, solventar sus problemas.
Segundo, la revuelta. Una vez que el problema ya no tiene solución y que los "problemados" están dentro de un callejón sin salida, se inician las denuncias públicas, las manifestaciones y algunas tensiones. Eso sí, como estamos en Cáceres, no suele haber mucha queja, por aquello del qué dirán, por temor a lo que piense la Radio Patio de turno.
Tercero, las buenas palabras. Tras esas revueltas, recordemos que nunca agresivas sino casi de guante blanco, el responsable de turno se reúne con los afectados. Llegan las intenciones, el paripé, el teatro y alguna vez el minuto de gloria con concejales -con el alcalde, al igual que el valor, ya se supone- inaccesibles hacen que se olvide el problema real y que se quiera abogar por una solución de mentirijillas
Cuarto, se descubre el pastel. La parafernalia, el teatrillo y la comedia suele terminar en tragedia. Los compromisos únicamente pasan a engrosar las páginas de las hemerotecas, los archivos sonoros y las webs. La diferencia es que ese desenlace no suele ser correspondido públicamente como se hizo con aquellas buenas palabras.
Pues bien, esa es la manera de obrar, trabajar y gestionar la política en Cáceres. El último ejemplo, la polémica de las licencias de cafés concierto. Un clamor y una carencia, una responsabilidad eminentemente municipal, un conejo que se saca la concejala de la chistera, y el conejo que huye porque otra vez más el gorro del mago tiene demasiado doble fondo. ¿Hasta cuándo soportaremos esto?
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