Colaborando en Avuelapluma VI
La ciudad de la denuncia (título que parece que se ha olvidado en la edición en papel)
En dos artículos anteriores se reprochaba a la alcaldesa de Cáceres que estuviera demasiado hipotecada por los criterios técnicos. Nos hemos dado todos, y así lo hemos querido, un sistema de gestión pública que ciertamente pone en manos técnicas los deseos, las prioridades y las ideologías políticas. Afortunadamente es así. Deben existir unas reglas de juego donde todos sepamos sobre el papel, con luz y taquígrafos, a qué atenernos cuando solicitamos la apertura de un local, una licencia de obras o cualquier otra cuestión que precise de la aquiescencia de la administración de turno. Lo otro, que el poder y su administración emane del deseo del político de turno según cómo respire su ideología o cómo se haya levantado esa mañana es peligroso, muy peligroso. Podría ser, puestos a pensar lo que ahora mismo falla, aunque personalmente lo consideraría vergonzante. Pero actualmente no es. Actualmente eso es prevaricación. Aunque la impotencia a muchos en la celebración de los 100 números de Avuelapluma quizás le pedía eso el cuerpo tras un inteligente acto que era consecuencia de un proyecto de amigos.
Cáceres no puede seguir así. Porque la norma es interpretable, pero dice lo que dice, lo que no dice la norma y no lo regula de ninguna manera, es la envidia, el rencor o la actitud mezquina de quienes no soportan el éxito de otros. Nos hemos dado un sistema de convivencia que no prevé la envidia, que prevé el estado del bienestar, la voluntad decidida de que todos, conforme a unas reglas de juego, las administremos para que las reglas puedan ser tensadas todo lo posible. Pero en Cáceres, en esos fatalismos de ciudad al revés que a veces afloran, algunos quieren destensar y quizás con la denuncia de la fiesta de AVP este sistema que todos hemos querido haya tocado fondo. Fue tal la impotencia de los que allí estábamos, y es tal la resignación, que apenas pasamos de dos minutos de agobio para eso...para resignarnos.
Algunos han cambiado, por tanto la ciudad de la movida por la ciudad de la denuncia. Y poco pueden hacer quienes están al frente de las normativas, los políticos y los técnicos, si se ha invertido el orden del estado de bienestar. Ya no prima el bien común o el interés general. Algunos han optado por enrarecer el ambiente y destrozar la convivencia ajustándose a normativas rigurosas y que deben ser revisadas porque si una, dos o las personas que sean hacen este daño a la cultura de una ciudad está claro que la norma ya no es válida.
Habrá que revisar, por tanto la norma, algo que me consta que está encima de la mesa de quien tiene que estar. Habrá, por otra parte, no levantarse ahora en portavoces de plataformas varias y en querer liderar un tema que ya conocemos perfectamente cuál es y su problemática. A los que gestionan se les exige cuanto antes una solución, pero que tampoco se nos olvide que arreglarán en un año lo que otros no solucionaron en doce. Están en ello, y seguramente lo abordarán muy pronto. La solución no gustará a todos, porque muchas son las partes implicadas, pero habrá que conformarse con casi cualquier cosa mejor que lo que haya. Y cuando haya algo mejor, por mucho que sea obligación de quienes gestionan, habrá que agradecer la valentía de la misma manera que ahora se reprocha una supuesta cobardía.
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