viernes, 23 de noviembre de 2007

Condecoraciones


A cuenta de la condecoración póstuma a Fernán Gómez me viene a la cabeza aquello que escuché no hace mucho que decía no sé quién (no es que ande espeso, es que no me acuerdo) sobre que no quería que todo el mundo empezara a hablar bien de él porque significaría que se ha muerto. Por otra parte, en "El huerto de mi amada", de Bryce Echenique, que lo tengo reciente, hay una graciosa secuencia de un entierro, de las vicisitudes de los que van, de cómo se siente más o menos obligada la gente y que por encima de sentimientos está la función social que cumplen. Los tópicos son los primeros que escuchamos y que pensamos, no nos engañemos.

Viene esto a colación, insisto, de la condecoración póstuma a Fernán Gómez que ha sido concedida por el gobierno o el anuncio por parte de Gallardón de que tendrá un teatro. Y todo eso me hace mucha gracia, porque creo que no son gestos sentidos, sino gestos sociales -que por otra parte bievenidos sean.

Está claro que un responsable público (sea político, religioso o el presidente de la asociación de vecinos) no está obligado a conocer a todos sus vecinos o compañeros. Tampoco quiero decir que exista un Ministerio de Lápidas, una Dirección General de Coronas o una concejalía de medallas para abueletes. Pero en el fondo de este post lo que sí quiero plantear es que hay personas o entidades que descollan por encima de otras y que aún no se le ha hecho reconocimiento alguno o al menos no tienen tantos o no tienen el que justamente se merecían. No tiene sentido, por tanto, esperar hasta que ya sea irremediable. Se debería intentar hacer antes.

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