sábado, 29 de diciembre de 2007

Frases, reflexiones y longitud

(1-11-07)

Jonathan Edwards fue un pastor anglicano que revolucionó el triple salto. No poseía un porte especial. Más bien enjuto, frágil y blanco. Inglés y profundamente creyente, que había antepuesto la fe a la competición y que era capaz de retirarse los domingos al coincidir con su misa semanal. La longitud en España ha sido una disciplina desigual. Tuvimos que recurrir a la magia de Sevilla para que una cubana nos diera una medalla. Hemos sufrido con un asturiano irregular como Yago Lamela– espero no equivocarme de ubicación en esta España autonómica.

No sitúo estas reflexiones en el campo del atletismo, ni de cualquier disciplina deportiva. La longitud no es solo deportiva ni es solo medible desde la obsesión del número. La longitud bien pudiera ser motivo de disputa de pareja, desde aquel pensamiento –seguro que freudiano- de la anchura o largura que me sigue recordando a aquella fórmula facilota de base por altura partido por dos.

La longitud en las palabras puede ser objeto de estudio, de reflexión, de necesidad y de paciencia. Partimos de la subjetividad de cada cual a la hora de valorar la longitud de la suma de las palabras. Es objetiva la capacidad de leer, incluso puede llegar a serlo la gracia, la velocidad o el grado de dicción. Pero si cambiamos el indicador, es un tanto complejo reflexionar de manera objetiva sobre cuál es la longitud apropiada de nuestras frases y textos. Cela, aquel que pese al nobel (minusculeado) y al carácter fernangomeziado no le llega a este ni a la suela, escribió sin puntuaciones Cristus versus Arizona, un paciente preludio de su nobel. Bryce Echenique, que por él viene todo esto, tiene una prosa muy compleja de seguir que según mi percepción es debida a la longitud de sus frases.

Por mi parte, procuro cada vez hacer oraciones más simples y cortas. Aquello de sujeto y predicado con complementos sencillos y poca oración compuesta procuro llevarlo a tope. No suelo conseguirlo. Pero al menos me esfuerzo en que subjetivamente la percepción cambie y el entendimiento de lo que escriba sea cada vez más asequible. No se trata de ser leído por niños y vituperado por nebrijas. Se trata de potabilizar tus reflexiones y darle una longitud justa, que no necesite de viagras lingüísticas de artificio, ni de eyaculaciones de puntos precoces.

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