jueves, 27 de noviembre de 2008

Premios Máximo Calvo a la memoria histórica


Este año llegamos a la quinta edición de algo que surgió en Cáceres y de lo que por entonces, claro está, no teníamos claro el modelo. Cinco años después, tras recalar en Miajadas, Plasencia o Coria, aparte de Navalmoral esta edición y la capital de provincia ya citada, el modelo está perfectamente definido y a buen seguro que tendremos que ir mejorando poco a poco. Habrá que plantearse cuestiones relativas, incluso, a si es correcta o no la denominación del nombre o, articulándolo en positivo, sobre si alguien merece más esa denominación que el propio Máximo Calvo.

Este premio ha servido para ir desmontando aquel sambenito injusto, simple e irreal, sobre todo por las personas que lo sufrieron, de que la provincia de Cáceres fue algo así como una balsa de aceite en la represión de la Guerra Civil y posterior franquismo.

Evidentemente fue más notoria, con aquella columna de la muerte de Yagüe, la presencia y la crudeza pacense, pero mientras exista una sola persona fusilada, mientras exista una cuneta por desenterrar, con familiares que desconozcan dónde están sus muertos, cada premio que entreguemos justificará más su razón de ser.

Hemos encontrado de todo desde esa primera edición de Cáceres en la que personas radicalmente de derechas acudían a la entrega del premio a los familiares de Antonio Canales porque, ante todo, había sido un buen alcalde. O cómo rompimos con el tabú de los fusilamientos de Navas del Madroño otorgándoles un premio, que pusieron un autobús. O la entereza del presidente del PSOE de Plasencia con el Parque de los Pinos. Por no hablar de la emoción de los familiares de los alcaldes republicanos de Miajadas, la pasión de la presentación de la primera edición o las discusiones políticas postpremios el año pasado con María Antonia Iglesias, autora de un buen libro sobre los maestros republicanos, quien entonces renegaba de La Noria y hoy es una de sus fieles tertulianas.

Navalmoral es la parada de 2008. Hay dos premios que quiero destacar. Uno, el del puente de Albalat, por ser uno de esos muchos lugares señalados siempre por la vergüenza y el horror. Está en el término municipal de Romangordo. Acudirá su alcaldesa a recogerlo.

El otro, el que concedemos a la Fundación Federico García Lorca. Creo que tras diferentes vicisitudes sobre el premiado, hemos acertado. Porque no solo sirve para premiar a una fundación que preserva el legado del poeta granadino, y que nos permitirá llorar, a nuestra manera por Sánchez Mejías, o sentirnos en algún momento en la Casa de Bernarda Alba. Se trata de un premio buscado por el momento. Un premio que reconoce la historia, aunque incomode, y que quiere hacer justicia y remarcar la dignidad, pero que no quiere cambiar el curso de los acontecimientos ni dar la vuelta a la tortilla. No queremos ser jugadores de nada, como aquello que pretendía el juego Sombras de Guerra. Queremos ser parte activa de la recuperación de la paz interior, de la dignidad, de la recuperación de las familias, pero nada más, que no es poco, que eso.

A los que podáis, nos vemos en Navalmoral

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