Rafael Vera
En este largo relato, que empecé a describir duranté mi encierro, que continúo corrigiendo y ampliando en esta libertad vigilada, no puedo prescindir de estas lagunas de amargura que me siguen ahogando y que tengo que tragar de vez en cuando, para limpiarlas de la pena y del recuerdo triste de un pasado solitario y de un presente castigado por la injusticia y por la infamia
Se pueden decir cosas más altas, pero difícilmente más claras. Para mí ha sido un libro muy difícil de leer, casi un reto porque por momentos ese personaje atrayente, influyente y con gran responsabilidad en su momento, no se deja querer en un libro, me imagino que en la misma proporción en que ha visto que buena parte de aquellos por los que tenía que velar en su seguridad le han dado la espalda. En mi caso, que además generacionalmente soy de aquellos que por unas circunstancias puntuales -coincidentes con el momento de la infamia al que aludía Rafael Vera- tuvo que vivir entre algún escándalo de corrupción por el desgaste del poder y por algún sinvergüenza que en todos lados hay es doblemente difícil.
Rafael Vera, que se hace llamar Ramón Vega (al igual que Felipe González es Félix Gutiérrez o Baltasar Garzón es Blas Gómez) apenas da ningún dato, ni aporta ninguna fecha, ni existe ninguna addenda aclaratoria. Los lugares son muchas veces identificables porque estamos ante circunstancias de sobra conocidas o porque han sido vistos en otros libros. Las personas son omitidas prácticamente en su totalidad, seguro que por ese dolor que embarga a quien se ha visto insultantemente ultrajado en su trato.
Si no llevase la cuenta de los días, si no recordase el día de la semana en el que vivo, sabría orientarme en el tiempo por la presencia o por la ausencia de eso que flota, que no veo, que no oigo, pero que siento. Falta poco para que llegue el aviso de cierre de la celda, para que me refugie hasta mañana en este espacio en el que a mi manera me siento libre, en el que comparto mi ser, en el que me hablo despacio y sin levantar la voz, en el que puedo gritar sin molestar a nadie, en el que puedo llorar sin que me vean, en el que puedo amar a quien me ama y puedo insultar a quien me maltrata y difama. Me tumbaré en el camastro, buscando algo de sueño y nuevos recuerdos que mañana me ayuden a seguir con este relato.
El relato es intenso, como se puede comprobar, en la vivencia dentro de la cárcel, en el sufrimiento por la soledad propia pero sobre todo la ajena.
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