Mientras la noche termina
Antes de hablar del libro de Susan Sontag, lo haré de este otro que acabo de terminarme. Según me iba metiendo en sus páginas, que es lo mismo que decir por el Trujillo de los años sesenta, me acordaba de esa reflexión que acostumbraba a hacer Paco Muñoz sobre la necesidad de que las ciudades tengan sus novelistas que las novelen, que se metan dentro de ellas y que las inmortalicen, en épocas diferentes, entre las páginas de los libros. En Extremadura hay varios casos. Los más conocidos, los de Justo Vila en Badajoz o los de Álvaro Valverde y Gonzalo Hidalgo Bayal en Plasencia. Pilar Galán también ha hecho lo propio con esta última ciudad y el autor del libro que ocupa este post, Antonio Civantos, se ha fijado en Trujillo. Marsé o Vázquez Montalbán lo han hecho de Barcelona, Pérez Reverte lo hizo de Sevilla en La piel del tambor y así muchos otros de otras tantas ciudades, no así de Cáceres, que sigue necesitando alguien que la narre, que la cuente
Es un libro de un argumento muy interesante: los veranos extremeños de la dictadura, de los incipientes jóvenes que, adivinándose hijos de emigrantes, se mezclaban con los nativos de los pueblos, acudían a guateques e intercambiaban furtivas miradas con las chicas que, en aquella sociedad rancia y casposa, con sus virtudes también, que algunas tendría, al sonido del Dúo Dinámico o de Los Brincos, iban, forzosamente, siempre a remolque del hombre.
La prosa es bien intencionada, pero con un punto de excesivo recargo -con adjetivos inapropiados para algunas descripciones- que hace que en ocasiones la trama pierda interés ante lo forzado de las imágenes que busca el autor. Tantísimo nombre, tantísima descripción de Trujillo se antoja excesiva para la duración de la novela. Infinidad de personajes son citados apenas una sola vez, de pasada, lo que no permite fidelizar su presencia en el texto y despista.
Aprobado, sin embargo. Recomendable, sobre todo para trujillanos cuarentones y camino de la cincuentena.
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