miércoles, 3 de mayo de 2006

El deber de participar

Tengo claro que cuando uno se preocupa, tiene una vocación y sobre todo hace las cosas con naturalidad y porque se las cree, a lo que quiere llegar es a transformar todo lo que le rodea. Es mi caso, he de reconocerlo. Y tengo que decir alto y claro lo que no me gusta y lo que creo que no funciona.

No comulgo con los anquilosados planteamientos, con la administración como principal agente dificultativo y burrocrático, que pretenden hacer participar desde los despachos. Hoy he visto que otra participación es posible. No sólo por el Movimiento Factory, que he visto en Cáceres y donde intentaré ir de oyente como reciclaje activo después de casi diez años en política de juventud. Sobre todo lo veo porque cada vez tengo más claro que la participación es una cosa de la que los programas políticos no entenderán salvo en contadas ocasiones. Por supuesto, la derecha no quiere saber nada de esto, y esta palabra estará borrada, casi convencido estoy que sin malicia, de diccionarios y de ideologías liberales.

Pero la gente de izquierdas debemos proporcionar herramientas e ilusiones para que la participación y los participantes de esa participación participen participando. Dicho de una manera sencilla y no atrabalenguada: la participación es un deber social, no ya un derecho moral a la que nos tenemos que suscribir todos por el interés general.

Sin embargo, para incentivar la participación eficaz no sirven programas que la busquen en el voto cada cuatro años, ni en iniciativas verticales. A participar se aprende participando, y motivando, y dando responsabilidades, y ofreciendo la capacidad de opinar, y formando una sociedad sana, y haciendo que, sobre todo, y bajo mi punto de vista ahí está la clave, que sea una cuestión prioritaria que nazca desde la infancia.

Hay un déficit de participación social tremendo, un desconocimiento de las instituciones, un desprestigio de éstas, una claudicación a lo cómodo y al conformismo... La traducción práctica: actos universitarios vacíos, la universidad como expendedora de títulos, jóvenes deseosos de competir, salas de teatro mediocremente ocupadas...

Ya está bien. Hay que revolucionar la participación social desde la más esencial de las bases: nuestros niños. Llegar a este razonamiento ha sido muy sencillo: son los únicos que no eligen la crispación política actual, los únicos que no pueden decidir lo que se programa en la basura-tele, los exentos de responsabilidades sociales, los ingenuos locos bajitos de Serrat.

El esfuerzo debe merecer la pena. Sólo de esa manera, incluyendo el deber de participar en la sociedad, al igual que se deberían recetar libros en los hospitales, nos convenceremos de que las futuras generaciones, porque habrán crecido en sociedades libres, democráticas, dialogantes y críticas, eliminarán ese deber, porque todo será valorado con más justicia y sobre todo por más personas, con teatros alegremente llenos y con universidades a reventar de foros, debates y saber. De eso serán responsables los niños de hoy. Hay que asumir el reto

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder, que buen post.