¿Qué es un centro de ocio y qué queremos decir cuando decimos centro de ocio?
Llevo desde hace bastantes años hablando, opinando, escuchando y hasta proponiendo asuntos relativos a lo que genéricamente se conoce como centro de ocio. No es un asunto asociado con la aprobación de la Ley de Convivencia y Ocio, como quiere venderse, sino que sucintamente pueden entenderse como un reflejo del progreso de una sociedad determinada que demanda nuevas opciones a la hora de llenar su tiempo de ocio y de esparcirse en el tiempo libre. Por eso creo que alrededor de todo ello se está levantando una polémica innecesaria y que muchos de los implicados en el tema, de lo que están en primera línea -políticos de gobierno y de oposición, medios de comunicación, empresarios, dirigentes vecinales...- ignoran muchas veces lo que dicen y dicen muchas veces cuestiones que ignoran.
Si nos atenemos a la Ley de Convivencia y Ocio, no me quedará otra que reivindicarla, quizás por incomprendida y sobre todo por la importancia que tiene. Al rebufo de esta ley se desarrollan en otras comunidades autónomas disposiciones similares. Tras la aprobación de esta ley surgió un marco normativo fundamental capaz de prohibir el consumo de alcohol relativo a los menores de edad -sin entrar en el debate o en la opinión de la responsabilidad que los padres siguen teniendo sobre este tema-, capaz de ofrecer alternativas, capaz de incidir en la prevención. Y también, pero únicamente en un solo artículo, reguló las zonas de ocio destinadas para la práctica espontánea, libre y culturalmente polémica del botellón. Algunos ayuntamientos optaron por consultar a los jóvenes. Otros, como Cáceres, perpetraron la última fase de su plan de acoso y derribo para llevarse el botellón al Ferial. Leyéndola una y otra vez, esta Ley para nada se mete en lo que son conocidos como Centros de Ocio, en ese debate que en Cáceres parece una cuestión de estado de la que todos hablan y de la que pocos saben lo que dicen y a lo que se refieren.
¿Qué es, por tanto, un centro de ocio? Pues es sencilla y claramente un lugar donde dar una respuesta económica a una necesidad de ocupación de un tiempo que queremos dedicarlo al esparcimiento, a actividades con amigos, solos, de tipo cultural, puede que deportivo, escuchando música o tomando una copa. En Extremadura pueden ser Las Cumbres de Don Benito y el Foro de Mérida. En ambos casos, iniciativas privadas y con un elemento común -hay otros muchos, claro está- en ambos casos: la existencia de salas de cine, las únicas prácticamente en ambas ciudades. Por todo ello no entiendo, a no ser que sea desde la ignorancia o desde la interesada manipulación, que en el debate abierto hoy día se quiera mezclar las zonas de ocio habilitadas por los Ayuntamientos para la práctica del botellón. Ni tiene nada que ver ni es conveniente que se mezclen. Aún recuerdo la polémica que se levantó en el Vivero cuando se anunció la posibilidad de hacer allí un centro de ocio. Hoy observo que también en los Fratres hay cerca de 2000 firmas y un dirigente vecinal con miedo, posiblemente porque lo que crea es que tras el centro de ocio vaya detrás el botellón. Pero realmente en nuestra ciudad eso no debe ni tampoco tiene por qué ser así.
Un centro de ocio debe hacer que su oferta gire a un público familiar, no netamente juvenil, y una ciudad debe procurar que los espacios y la convivencia estén lo suficientemente repartidos como para que no exista una saturación de población a la que los servicios públicos no puedan dar respuesta. Sería, por tanto, muy conveniente, que se aclare este término: que vaya donde vaya finalmente el centro de ocio ello no significa que la zona de ocio para la práctica del botellón tenga que ir necesariamente pegando a este; es más, me atrevería a decir que en términos de rentabilidad económica y social para el propio centro de ocio sería hasta desaconsejable.
Creo que una ciudad como Cáceres, en una situación económica ciertamente delicada no puede asumir la gestión de servicios enfocados en último término a una sociedad de consumo y dirigidos a un público familiar en un mercado de oferta y demanda. Caeríamos en un error todos si demandáramos un espacio sostenido con fondos públicos y que por tanto pudiera estar en el punto de mira de todos. Caeríamos en otro error como que sería que no veríamos realmente el empuje empresarial y la valentía de la iniciativa privada en estas cuestiones. Estimo que nuestro ayuntamiento, en este asunto debe hacer algo que no es baladí: determinar dónde, a través de suelo apropiado, pueden establecerse lugares como centros de ocio. Y a partir de ahí, esperar iniciativas privadas.
Lo otro, lo que realmente pensamos que es, la imagen del botellón asociada como centro de ocio ni es de recibo ni es más que mezclar churras con merinas. Coloquemos en un lado las churras, y en otro las merinas, y arreglemos los dos asuntos. No vaya a ser que por solucionar uno estropeemos, sin remedio, los dos.
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