En Gaza van de caza

60 años después de la Declaración de los Derechos Humanos y de hacer un país con escuadra, cartabón, ¿cabeza? y sin corazón. Un país desafecto consecuencia de desafecciones mucho mayores y de desencuentros seculares. Un pueblo, el judío, al que nadie le discute su derecho a ser un pueblo y que ha sido ultrajado en ocasiones hasta rayar la humillación, pero que no puede humillar y mancillar voluntades, personas e infancias sobrepasando la infamia. Un pueblo, el palestino con el que compartimos no solo colores de bandera sino muchos afectos, que deberían ser recíprocos y cimentar un anhelo de futuro en paz. Una zona en ocasiones oriente y para algunas cosas Europa. Un territorio que parece marcado por la bula y el todo vale, mientras que por menos invadimos otras zonas de un mundo que para casi todos es de unos pocos pero para cuestiones de la causa palestina, israelí o de oriente próximo parece que no es de nadie. Unas imágenes cruentas y fatídicas. Un mundo donde sobrevuela una Alianza de Civilizaciones y donde parece que a nadie se le ocurre ponerle el cascábel al gato. Un mundo donde los despachos y el diálogo en ocasiones no basta para parar ataques. Un mundo donde los fanáticos fanatizan con sus fanatismos a cuenta de la religión. Un mundo donde lo de menos es quién muere y lo de más es justificar por qué hay que morir. Un mundo donde parece que ningún otro mundo más que ese es posible. Donde el lenguaje Obama no habla el esperanto, sino que articula palabras sin sentido porque sin sentido es lo que sucede allí. Por los siglos de los siglos. Porque huele a eso. A cuenta de la religión y de la creencia. Consecuencia de no prever las consecuencias. Allí el hombre es un lobo para el hombre, como decía Hobbes. Y allí malviven muros de las lamentaciones, belenes y símbolos religiosos universales con mutilaciones, matanzas y necedades.