Tatuaje
Pepe Carvalho vino a verme. El libro no era apetecible. Bolsillo año 1979. Justamente mi edad. Le dejé pasar. Enseguida le noté sobrado, oliendo, husmeando, grosero y con un puntito de furtivo e ilegal. La puerta seguía abierta. Quiso mirar lo que tenía para comer, pues su gusto por la cocina es bien conocido. Cuando vio lo que había, se fue. No sería de su devoción.
Es un personaje al que si conociera seguramente tendría mis reservas por ser conocido suyo. No tanto por caminar al borde de la ley, sino por costumbres, por ser un dechado de virtudes, por groserías y borderías varias.
Es un personaje, como tantos otros, que permite conocer una ciudad, Barcelona, y también en este caso algunos pasajes de Holanda como Amsterdam o Rotterdam. Es un personaje que te gustaría existiera en novelas que ambienten tu ciudad, entre pasadizos de palacios, entre museos y aljibes, ensanches o barrios nuevos... Carvalho es a Vázquez Montalbán lo que Poirot a Agata Christie. De perogrullo esto último. Pero un poquito además Carvalho es patrimonio nuestro, es un producto español, permiso mediante Cataluña, lo que hace atractiva su lectura.
Hablar mínimamente del libro podría ser negativo para quien quiera leerlo. Un hombre que aparece muerto en la playa es el inicio. A partir de ahí descripciones minuciosas y sobre todo una implicación de Carvalho más allá de sus meras obligaciones hace que te sientas parte de la trama. ¿Volverás a leer a Carvalho? En cuanto pueda. La pena es que el tiempo sigue siendo el mismo.
Me espera Lucho Sepúlveda y su Lámpara de Aladino y otros tantos
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