Santiago, William y Mario
Ellos no se conocieron jamás. Sus responsables, por la diferente procedencia, creo que tampoco. Vivieron en mundos distintos y en épocas diferentes. A todos les une, en sus vidas la violencia, directa o indirectamente vividas. Desde la crudeza o desde la fina ironía. Desde su propia muerte, incluso. William no se llama Guillermo. Cualquiera sabe que es su correspondencia al español. Pero por eso precisamente se llama William.
Santiago es latinoamericano. Probablemente pasó su vida en algún lugar de Colombia, quizás en Aracataca. Allí vivió, allí murió, aunque su familia procediese de otro continente. Hoy la historia de Santiago podría volver a reproducirse en algunas culturas, prueba de que muchas veces no hemos evolucionado todos al compás que se desearía. Hoy la historia de Santiago también podría pasar en el mundo desarrollado. Hoy la historia de Santiago no sería, posiblemente en España, la de un hombre que muere por haber mancillado el honor de una mujer. Sería, en nuestro país, posiblemente al contrario. Santiago olería a mujer y moriría por el mismo machismo que le mató a él en su época.
William es inglés. Vive de la impostura, aunque no premeditada. Su inocencia o estar aislado del mundo, su vida familiar a tope, le impide saber lo que pasa alrededor. Esas circunstancias le hicieron vivir de falso corresponsal de guerra en plena proceso de descolonización y de revueltas en Africa. Sus vicisitudes fueron divertidas, quizás producto de que si se narraran en su crudeza a nadie la interesaría a saber nada de William. Es más, si la historia de William fuera una historia más, incluso sería Guillermo y no hubiera sabido nunca de él.
Mario sí que fue un verdadero corresponsal de guerra. Aunque es muy duro decirlo por la cercanía. La frontera ejerció con él de parapeto y casi de trinchera. Su historia sí que la conozco por la cruda realidad que le tocó vivir. Su historia, a diferencia de la de los otros dos, es de carne y hueso. De su historia hace poco se cumplieron exactamente 70 años.
Mario Neves, Evelyn Waugh y García Márquez son los que están detrás de las historias que acabo de resumir.
Mario de la suya propia, como periodista que narró en primera persona las atrocidades que se cometieron en Badajoz al principio de la segunda quincena de agosto del 36, de manos de Castejón y de Yagüe, de la Columna de la Muerte. Su libro, La Matanza de Badajoz. También de su primera edición se cumplen veinte años por estas fechas. Supe de él a medida que uno se va adentrando en la incidencia de la Guerra Civil.
Evelyn Waugh no era más que un número. Si ahora el número de moda parece que es el 00733 (por ser el de la trujillana que entró por sorteo a Gran Hermano), para mí es el 24. Es el número del libro que encontré al azar, Noticia Bomba, dentro de una de las colecciones de El País. Hilarante, divertido y desenfadado, encaja en el perfil perfecto de libros que rompen con los topicazos que ahora tanto se llevan de sábanas santas, prioratos y enigmas, de los que he leído muchos, pero que desde hace tiempo intento evitar. Lectura recomendada, sin duda.
García Márquez es, pues, la crónica de una lectura anunciada en el mismo resultado que Santiago Nasar es la crónica de esa muerte sabida, toda vez que decido internarme por cualquier género. Posiblemente ahora me lea algo de Vargas Llosa, para ver si se nota algo de esa especie de afrenta de Góngora y Quevedo, en versión latina y moderna, que ellos se traen, desde hace años, entre manos.
Éstas han sido mis tres lecturas veraniegas, ahora que estamos a punto del 15 de septiembre, que las uno en esos protagonistas que de momento, y hasta que nuevas lecturas imaginen escenografías y paisajes en mi cabeza, caminan juntos. Incluso hasta que empiecen a borrarse por los que protagonicen mis lecturas de otoño. Quién lo iba a decir. Aunque, pensando en la procedencia de cada uno, un inglés, un colombiano y un portugués, más bien parece el inicio de aquellos típicos chistes.
Ahora toca Sabina y su nueva biografía
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