jueves, 27 de diciembre de 2007

El sueño y Peters


(31-10-07 / 1-11-07)

Abrió los ojos al pasar el túnel. Venían rápidos. Eso no fue obstáculo para que se durmiera. Al fin y al cabo tenía mucha necesidad de hacerlo. Tantos días, tantas noches sin pegar ojo… Para él supuso que había pasado mucho tiempo. No había sido tanto, pero la sensación es que le rodeaba aquel extraño hormigueo de siempre cuando dormía viajando. No era habitual ya hacerlo. Sin embargo, sí que podía hacerlo con facilidad. Su teoría, no sabía si acertada o no, le procuraba, a su juicio, descansar más que si lo hacía en su cama. El movimiento era el responsable. Su capacidad para creérselo –o quién sabe si la percepción era cierta- hacía el resto.

De pronto le vino un nombre a la cabeza. Foligno. En su juventud recordaba haber estado allí. No fue un lugar fácil, ni tampoco había, a pesar de aquellos recuerdos, una sensación traumática. Sería algún incidente pasajero. Solo el regusto amargo o el esbozo de una dulce sonrisa le permitía comunicarse con los demás desde que aquella noche decidiera dejar de hablar.

Fue una decisión voluntaria, meditada pero para nada compartida con nadie. Su diario y la expresión del rostro fueron a partir de entonces sus labios, su lengua y sus emociones. Tenía que haber sido con el tren también. Recordaba haber visitado Italia en al menos dos ocasiones. Un país imán. Sin reyes pero con un reino lejano poderoso cerca de aquella estación de Otaviano. El Castillo de Sant Angelo estaba también alerta a todo. De aquello sí que se acordaba bien. No en vano, fue un lugar donde su juventud le llevó a cursar sus estudios de pedagogía. El intercambio no fue productivo. La Umbría. La Toscana. Otras dos regiones. Ese país ejercía en él una cierta influencia, un tanto extraña. Pero el magnetismo era mutuo. Lo notaba cuando miraba en el mapa Italia. Cada vez que apartaba la vista de la bota, un recuerdo triste se le venía a la mente. Evitó seguir mirando el mapa, por otra parte distorsionado desde el interés del mercado, de la ganancia del poderoso y de la influencia del mundo de los países del norte. Buscó entonces en su cabeza otro nombre. Dejó Italia. Encontró a Peters. El mapa de Peters. Lo había recordado. Entre tanto papel vacío y en abstracto que su mente tenía clasificado, sin el sistema Absys de su trabajo de bibliotecario temporal en los veranos rurales, lo vio. En cuanto llegara a casa arrancaría el mapa de siempre, aquel que nos invade desde los libros de texto y que de manera silenciosa penetra en cada telediario. Lo sustituirá por el de Peters. Haría un ejercicio de justicia social doméstica, esa que es tan necesaria de aplicársenos a cada uno de nosotros, demagogos en potencia que demandamos eliminaciones de deudas externas casi siempre utópicas y deseos imposibles mientras que contribuimos a acrecentar la deuda desde nuestros ojos, aquellos que día a día no ven a Peters.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola:
navegando por la red he visto tu blog, me he parado para descansar y lo he explorado, es muy interesante. Ahora continuo mi viaje. Cuando quieras ven a ver mi blog. Ciao.